miércoles, 3 de septiembre de 2014

Dos poemas de Johan Valentia



Piel tibia

Tiéndete a mis brazos,
aovíllate en el límite de mi abismo.
Acércate, suavemente
con los ojos somnolientos
y la respiración queda,
tiéndete, envuélveme con tus lianas,
tersas y frías como seda al sereno.
Échame hacia el muro blanco,
que no quede más espacio
que el que hay entre
la añoranza y la esperanza,
entre la luz crepuscular
y el parpadeo de una estrella moribunda
cómo no deslizarme entonces,
cómo no respirar
del polvo del suelo,
de la escama de la piel,
la mota perdida,
entonces divagar,
entre ese sueño difuso
que es la consciencia y el relieve
de los que viven entre sabanas.
Acércate pues,
calienta mi cerviz
con tu aliento de cervatillo,
trénzame con tus poderosas piernas,
amalgama tu irrealidad
con mi fantasía,
me deslizo,
la fría pared sostiene mi frente,
me deslizo,
un vórtice insondable
me succiona
con placentera lentitud.


Fragancia amante

El amor: esa daga de doble hoja,
que te quita el aliento
 y te lo devuelve
en labios ajenos.
¡Qué trampa tan primorosa!
Tejes tu urdimbre
como canastillo
para atrapar ratones,
dóciles entran ellos,
la abertura fácil y descuidada,
pero no sales jamás,
y mi piel seca
se convierte en testimonio mudo
de tus elaboradas armas.
Me amas
cualesquier día de primavera
para dejarme morir
en los ocasos otoñales,
juegas sobre esa delgada cornisa,
me invitas insolente
a ser partícipe de tus cabriolas,
pero te reconoces hábil y embustera,
qué soy yo  entonces
sino un alienado
por la fragancia de tu pecho,
un ciego triste
que ha dejado el trágico resplandor de tu piel,
y si sólo me dejaras beber de tu voz,
por una noche más,
cruzaría este desierto nocturno
colmado de abatidos reptiles
y calaveras tan pálidas
que solo provocan enturbiar los ojos,
cruzaría insensato,
con ganas de abocarme
a un nuevo manantial,
para luego,
en brevísimos pasos,
devolver mi loca carrera
y buscar el temblor de tus fibras,
las frondas de tus labios,
la puntiaguda y filosa
nota de tu canto.
Me acercaré entonces
como perro apaleado,
buscando lamer
la punta de sus dedos,
que me son ofrecidos
con ingenua maldad,
suplicar tácitamente,
por la prolongación de ese filo
que se vuelve a hendir
que te atraviesa el alma
y te lleva a los mismos dolores de parto,
las hebras de cabello
entre las manos
dispuestas a ser arrancadas.
Y el alma mía,
herida y humillada,
dispuesta a dejarse amar,
con ese amor torpe que me das,
ese amor cándido y atropellado,
pero amor tuyo al fin y al cabo,
quién soy entonces
para decirte que así no se ama,
quién soy para imperar
 en tu fuero misterioso,
sustentar tus razones
 y dirimir en tus apuestas,
ámame entonces,
sacia mi lengua
con tus húmedos manantiales,
devuelve calidez
a mi sepulcral piel de extraviado,
orquesta los pasos de mi corazón,
ejecuta magistral
esta bella tragedia llamada amor.


 JOHAN VALENTIA 

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