martes, 30 de julio de 2013

TRES POEMAS DE DUFAY BUSTAMANTE.








Sentencias

1.
 Digamos que por pura comunicación hoy te escribo
ya no como ese impulso de diálogos celestes
sino como venas que quedaron al aire
transmitiendo todavía vida.

2.
Más allá de las esquinas
Sobre los complejos urbanos
Pude conocerte sin saberlo
Tiene tantas rutas el sueño
Yo mismo invento rostros
Que después no reconozco

Se sabe seducir a la casualidad
Esa bella señora
Tocaré sus costillas, cual teclas de piano
La perseguiré por todo su cuerpo
Y alegre
Miraré sus pasos por el mundo
A través   de sus hendijas.

3.
Nada de lo que me digas será más importante que tu presencia
No hay lugar en el mundo para los que se aman y no están juntos
Podrán caminar en sentido contrario, paso a paso la eternidad
Ocultarse bajo las piedras
Nada de lo que  me digas será más importante que tu presencia.


Señal de humo

Releer esta carta
hecha de otros materiales,
contenida en un espacio
donde también nos vaciamos
como una cascada que funciona
armónica con el tiempo.
Éstas son las cosas que nos tocan.

Patología

En mi garganta
llueve a diario
ruge la noche en la respiración.

De cada noche
he guardado un frío
el alucinante color…

otros dicen que tengo tos.








viernes, 5 de julio de 2013

PÁJARO


Pájaro
Animal de aire  
tiene  pico, alas, plumas y  garras fuertes

Se alimenta de nubes a veces, de gusanos que caza  en  la tierra
Su principal función
Es volar
Alto
O  
Bajo
Casi nunca importa
porque
los poetas
Esos seres raros sin alas en la espalda
Ángeles caídos
Lo que necesitan de un pájaro
Es aprender
a
cantar


MIGUEL ÁNGEL RUBIO OSPINA  

miércoles, 3 de julio de 2013

SOBRE LA NOCHE CUENTO DE ALEXANDER NOREÑA.



Sobre la noche imaginé una lluvia tempestuosa y arrogante que rompía  el azul infinito del mar.

En las largas caminatas por la playa  procuraba las reflexiones más baldías, las tardes eternas, la brisa detenida en el tiempo, los muchos ayeres suspendidos en las olas, y los pies que saboreaban la densa arena, mientras mi cuerpo agitado se sobrecogía, buscando las salinas aguas.

En la premura inusitada del alma, la aventura despertaba la humedad que los latidos iban sumergiendo por entero todo el cuerpo: ya en las profundidades del mar ardiente, con las manos desesperadas y los pies rasgando la superficie, presumí de mi humanidad encantada por no sé qué luz misteriosa y mágica, atrapé el aire enrarecido en mi boca y, sumergiéndome, vi corales, algas, peces de múltiples colores, pulpos, cangrejos que se apareaban. Vi la danza melancólica de las rayas y la presunción del tiburón; en éste último mis ojos se posaron sobre su imponente aleta dorsal, mientras sus fauces se abrían, vertiginosamente, amenazando mi vida, el crujir de los huesos y la escandalosa sangre pronunciaron el espectáculo de horror, los desesperados gritos atestaron mi alma, me dejé sumergir por el ahogo y la demencia, por la fascinación y el desespero por la muerte.

Devorado, triturado y esclarecido el crimen, sentí ser tiburón, vi corales, algas, peces de múltiples colores, pulpos, cangrejos, vi la danza exquisita de la rayas, los cardúmenes de atún que deleitaban mí paladar, fui asunción perfecta de la naturaleza, ser tiburón es despertar del engaño de la asechanza y soterrar la vanidad por el instinto.

El sonido de los buques agrietaba la comunión del mar, el sortilegio azul, la pomposa coralina de las profundidades. Causaba el estrepito más terrorífico, ensordecía la primitiva comunicación entre las especies; la sordera causaba desenfreno, los navíos sumergían grandes redes, y salían en ellas corales, algas, peces de múltiples colores, pulpos, cangrejos, rayas, atunes y tiburones.

Yo, tiburón, especie de especie marina, atrapado en ensortijadas y pesadas redes. La convulsión de mi cuerpo azaraba la intención de los hombres en proa; descendí lentamente hasta tocar el frío ropaje del buque, frente a mis ojos escurría la sangre y  la desidia de los marineros.

Entreveradas mis entrañas con la sangre de todas las especies cautivas, en una espesa coladura, fui mutilado. El corte aceroso hizo crujir las ligaduras cartilaginosas, mi cuerpo arrojado por la borda. No me hundo abrazando el cuerpo, se queda mi extrañeza con esa parte que mis ojos fijaron.  Soy aleta, soy parte incipiente y refulgente del mar, soy pedazo de esa especie contenida en donde sea vedado el embrujo azul y coralino, soy de la tierra y del infinito, del infortunio y del mal.

Embalado hasta la zona de empaque, me han fijado precio, han especificado mis alcances nutritivos y han congelado todas mis propiedades. Mi lugar, el frio, congelado, oscuro, tumultuoso, resuena mientras se escucha el resbalar de neumáticos.

Una parada, un resueno de estación promisoria, luego, un falso rumor de vitrina, el rechinar de motores que pasan, el que acompasa esta huida de mi cuerpo, yo, aleta de tiburón,  ¿Qué puedo ser sin ser?, ¿de qué ventura he sido desprovisto?, o ¿es ajena mi llegada y mi partida?, ¿Ajena para quién o para qué?. Se detiene la caravana de sonidos que transitan, se abre una puerta que deja traslucir una luz mortecina, se aproxima una sombría estela, arrastra con un gancho las canastas donde estamos contenidos, soy empujado hasta sus brazos, me conduce con riesgo de caída hasta una nevera de exhibición, soy puesto a disposición de la suerte de mi precio.

Las luces exaltadas, hombres que van y vienen, van tomando de los anaqueles todo cuanto creen necesitar. Soy parte de la espera minuciosa de los elementos de segundo orden. No estoy puesto para saciar el hambre de un desventurado, un mendigo o un desarraigado, soy silencio de pléyades, bruma de oligarcas, vicio  exótico de pusilánimes.

Se acercan unas manos que vacilan entre los pulpines, los cangrejos y yo, ¡espero, sin ruego,  ser el elegido, la elección es del dueño de los pasos!, siento esa cálida palpitación sudorosa que de esas manos se desprende, siento la agitación de ese corazón que deja circular la sangre hasta sus extremidades. Pulsando su cercanía con la mía me sube, me examina, me seduce con una o dos palabras, -Sopa o marinado-, y me lleva, ¿para dónde?, ¿para qué en últimas?

Ella pronunciaba a la soledad el deseo por sopa, yo escuchaba su ruego al silencio. Entré  a un lugar ostentoso, un casa de grandes proporciones, una cocina hecha de mármol, una estufa agigantada por su belleza; ella, presurosa, se detiene. Toma la mejor olla de su colección, abre el paso del  agua, dos o tres setas chinas, un filete de pechuga de pollo, sal, pimienta, jengibre, salsa negra. Siento el decoro de todas éstas especias en mi superficie, ella me lleva con suavidad hasta la olla hirviente, el calor hace descansar mi sobriedad.

Encima del comedor, un solo plato servido, veo cómo ella deja escurrir sus lágrimas sobre mí, deshilachado. El tenedor se desliza por debajo capturándome, su boca se abre, toco su lengua que extrae mis jugos, siento la presión de sus dientes, me engulle; soy ella, soy todo su dolor, soy todo su vientre.

Me levanto de la silla, ha sonado la puerta principal. Camino con la pesadez del alma agitada. Se abre la puerta, esta él ahí, detenido, furioso, con las manos empuñadas deseosas de golpear, golpea mi vientre, mi cara, me arroja contra el piso y me viola, sangro,  sangro, sangro con la sangre íntima del mundo que brota de la esencia, que purifica el amargo dolor de ser todo lo que existe y no entenderlo.

Y vuelvo a la playa deseosa de ver la noche imaginada, ver el infinito azul del mar, donde rompen las olas.


ALEXANDER  NOREÑA