domingo, 22 de septiembre de 2013

AIDA.



“Soportó la lluvia de su corazón, gimiendo pisó el cielo con los ojos”.

Aida despertaba de noche a respirar el viento filtrado por las aberturas de la puerta, había pasado 5 noches retorciendo su cuello,  con sus manos sacudía el dolor, el viento la encrispaba de calma.  Augusto de 8 años contaba las noches en que su madre se lamentaba por el dolor en la nuca, hoy se ha escuchado un grito espantoso, el ruido cubre todo el lugar. Don Alberto sale a ver si su hija Arminia había peleado nuevamente con su novio, el hombre decidió coger el palín que siempre ocultaba detrás de la puerta, ésta no era la única vez que salía a defender a su hija.

Las luces que iluminan la cuadra están más tenues que nunca, veo una sombra corpulenta que se tambalea por los rincones de las casas, esa sombra sólo pregunta por Arminia, -Alberto- pienso, nuevamente se escucha un gemido bestial, inunda toda la noche, esta vez decido salir a ver de dónde proceden los sollozos, me encuentro frente a frente con el hombre, vemos como se abre lentamente la puerta en la casa de Aida, sale Augusto llorando, llevo mis manos a la boca con horror, por su parte, Alberto sacude sus extremidades soltando la herramienta,  sale corriendo a buscar el niño, lo toma entre sus brazos, la criatura  hace con su cuello un sonido insoportable, se me ponen los pelos de punta, cruje espantosamente.

Alberto lagrimea al ver el niño abandonado, lo siento conmovido, me llama con fuerza para que le ayude a cargar el infante, me niego, ese olor, ese hedor penetra mis entrañas, insiste, niego por segunda vez, él entra atravesando la puerta ligeramente, deja al crío en el piso, miró hacia el interior de la puerta, nadie se asoma, nadie, todo en silencio, el niño se ha esfumado, no lo veo, Alberto aun no sale, no se oye ningún ruido, creo que ha paso ½ hora, estoy acá, con frio, con miedo, ¡Alberto, Alberto!, nada, nadie, ninguna respuesta, ¡Augusto, Aida!- me duele el cuello- ¡voy a entrar! -no-¡voy a mi casa!, ¡Albertoooooo, carajo, voy a entrar!


En el  interior se enciende una luz, mis ojos arden, -el cuello me va a matar, me duele-, he decidido entrar, todo está en silencio, ni un solo ruido, todo está desgastado, están roídas las escalas, el hedor es insoportable, todo cruje al interior mientras avanzo, la luz es opaca y no deja ver el lugar, arriba en el segundo piso se escucha un ruido,- pisadas-, ¡Alberto!, grito,-nadie responde-, subo las escalas, hiede aún más, hay una puerta abierta de un cuarto, se ve un espejo inmenso, ¡Alberto, Aida, Augusto! avanzo hasta la puerta del cuarto, no hay nadie, sólo el espejo, no refleja nada, nada, estoy delante de él, estoy sola reflejada, sin objetos que me acompañen en la imagen, sin colores intensificados, todo gris detrás de mí, solo yo, con mi rostro, con mis arrugas, con mis años a cuestas, ¿quién soy?, -mis ojos transparentan la pregunta y me cuestionan- ¿quién soy?, me pierdo fijamente en los ojos, todo está nublado, ¿quién soy?, Alberto se refleja en el espejo, hago el intento de voltear mi cuello, -es inútil-, el dolor es intenso, Augusto aparece a mi izquierda, hiede como nunca, mi mirada estática y prisionera en el espejo, no puedo mover la nuca, ¿quién es ella? ¡Arminia!, está pálida y despeinada, toma mi cuello, sus manos están frías, los tres susurran en mi oído Aida, Aida, Aida, ¡no soy Aida! grito ¡no soy ella!, aúllo desesperada, ¡no soy ella!, ¡no soy Aida!, miro mis ojos nuevamente, despiertan lágrimas a cántaros,  escucho en mí una voz chillona, escabrosa, Aida, soy Aida, soy Aida.


ALEXANDER NOREÑA- PEREIRA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario