«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel
Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo
llevó a conocer el hielo».
En uso del derecho a malpensar
que me confiere esta revista, voy a hacerte unas preguntas, Gabito, muchos años
después, sobre tu libro genial que así empieza. ¿Muchos años después de qué,
Gabito? ¿De la creación del mundo? Si es así, yo diría que tendrías que haberlo
dicho, o algún malpensado podrá decir que se te quedó tu frase en veremos, como
una telaraña colgada del aire. Pero si no es después de la creación del mundo
sino «después de aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el
hielo», entonces algo ahí sobra. O te sobra, Gabito, el «remota» pues ya está
en «muchos años después», o te sobra el «muchos años después» pues ya está en
el «remota».
Pero no te preocupés por la
sintaxis, Gabito, que con las computadoras y el Internet ¿hoy a quién le
importa? Al que te venga a criticar con el cuento de la sintaxis, decile que
ésas son ganas de malpensar, de joder, y mandalo al carajo, que vos estás por
encima de eso. Soltales un «carajo» de esos sonoros, tuyos, como los de tu
coronel Buendía.
Y en efecto, la originalidad de
tu frase inicial, así a algún corto de oído le suene sintácticamente coja, es
soberbia, y no está en la sintaxis sino en la escena luminosa que describes. Un
viejo que lleva a un niño a conocer el hielo, ¿no es una originalidad genial?
¿Cómo se te ocurrió, Gabito? ¿Cómo se dio el milagro? ¿De veras fue como lo has
contado en repetidas ocasiones a la prensa, una tarde calurosa en que ibas
camino de Acapulco con Mercedes? ¿En qué ibas pensando camino de Acapulco con
Mercedes esa tarde calurosa? Aunque yo soy un pobre autor de primera persona
que a las doce del día no recuerdo qué desayuné, y no un narrador omnisciente
como vos que todo lo sabés, oís y ves, y que leés los pensamientos y nos podés
contar lo que recordó el coronel Buendía muchos años después, apuesto a que sé
en qué ibas pensando esa tarde calurosa camino de Acapulco con Mercedes. Ibas
pensando en Rubén Darío, en su autobiografía, en la que el poeta nicaragüense,
muerto en 1916, cuenta que su tío abuelo político, el coronel Félix Ramírez,
esposo de su tía abuela doña Bernarda Sarmiento, lo lleva a conocer el hielo:
«Por él aprendí pocos años más tarde a andar a caballo, conocí el hielo, los
cuentos pintados para niños, las manzanas de California y el champaña de
Francia». ¡Te plagió, Gabito, te plagió ese cabrón nicaragüense! ¡Y con
semejante frase tan fea! Y no sólo te robó el hielo y el grado de coronel, sino
hasta la expresión genial tuya de «muchos años después», pues el «pocos años
más tarde» de ese sinvergüenza ¿no viene a ser lo mismo, aunque al revés? Y
después dicen que los colombianos somos ladrones.
¡Ladrones los nicaragüenses!
Cuando te acusen de plagio me llamás a mí, Gabito, yo te defiendo. A cambio vos
me vas a enseñar a ser autor omnisciente y a leer los pensamientos. Como ves,
ya empecé a aprender, vos me diste el ejemplo, ya sé en qué ibas pensando
camino de Acapulco con Mercedes esa tarde calurosa en que se te ocurrió lo del
hielo: en ese nicaragüense ladrón. Pero explicame ahora la segunda frase de tu
libro genial: «Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y
cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se
precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos
prehistóricos». ¿Huevos prehistóricos? ¡Prehistóricos serán los tuyos, güevón!
No hay huevos «prehistóricos». Los huevos son del Triásico y del Jurásico, o
sea de hace doscientos millones de años, cuando los pusieron los dinosaurios, y
nada tienen que ver con la prehistoria, que es de hace diez mil o veinte mil.
Los bisontes de las cuevas de Altamira y de Lascaux sí son prehistóricos. Sólo
que los bisontes no ponen huevos. ¿O en el realismo mágico sí? En esto de los
huevos prehistóricos sí metiste las patas, Gabito. ¡Por no consultarme a mí!
¿Qué te costaba, si yo también vivo en México, llamarme por teléfono desde
Acapulco? Yo tengo en México dos o tres libros de paleontología con unos huevos
de dinosaurio fosilizados, magníficos, muy útiles para tu creación del mundo y
de tu Macondo.
Pero aclarame aunque sea otra
frase, la tercera, Gabito: «El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían
de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo». Si vos estás
escribiendo en español –una de las contadas «lenguas de civilización» de que habla
Toynbee, y que ha producido la máxima obra literaria, el Quijote, después de la
cual sigue la tuya, si no es que es al revés–, ¿no se te hace que se te fue un
poquito la mano con eso de que muchas cosas carecían de nombre y que para
mencionarlas había que señalarlas con el dedo? ¿No hay ahí una inadecuación
entre la lengua tuya, la del narrador (así sean tan genialmente pobres su
léxico y su sintaxis), y el mundo que describes? Para mí que te hubiera quedado
mejor tu libro en protobantú o en una lengua de la Amazonia. Pero claro, en
protobantú nadie se llama Aureliano Buendía con nombre y apellido, ni mucho
menos tiene grado de coronel. Gabito: ¿No se te hace raro que en Macondo muchas
cosas no tengan nombre pero las personas sí? Y para colmo con grado militar. En
un mundo tan primitivo, Gabito, tan recién bañado por el primer aguacero cual
es el caso de Macondo, ¿de dónde salió la jerarquía militar? Pues donde hay un
coronel hay generales y mayores y cabos. Pero esto no es un reproche, Gabito,
yo a vos te tengo buena voluntad. Nada más te lo recuerdo por si algún cabrón
malpensado algún día te lo saca a relucir, estés preparado y sepás qué
responder. Respondele: «Animal, ¿no ves que estamos ante el realismo mágico?
Por eso es mágico. Si las cosas tienen explicación, ¿dónde está la magia? ¿Qué
chiste hay pues?».
De todas formas, Gabito, si
cuando escribías tu creación del Universo me hubieras consultado sobre este
asunto de los nombres de los personajes, yo te habría aconsejado que para
evitar malpensamientos de cabrones los señalaras con el dedo. Además eso de
llamar a los personajes cada vez que se mencionan con nombre y apellido en
realidad no es manía tuya, es de Rulfo y de Mejía Vallejo: Pedro Páramo, Pedro
Canales, Anacleto Morones, Fulgor Sedano, Susana San Juan... Vos que sos tan
imaginativo y genial ¡qué vas a copiar a ese par de güevones!
Ahora bien, si no querés señalar
a tus personajes con el dedo, pues mencionalos siempre con nombre y dos
apellidos para que te distingás de ellos. Por ejemplo: Mauricio Babilonia
Asiria, Pietro Crespi Rossini, Pilar Ternera Mesa. Con este cambio tu comienzo
te quedaría así: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el
coronel Aureliano Buendía Iguarán habría de recordar aquella tarde remota en
que su padre lo llevó a conocer el hielo». Mejora mucho en originalidad.
Incluso el «Iguarán» lo podés cambiar por «Iguana»: el coronel Aureliano
Buendía Iguana. Suena más paleontológico, más a huevo prehistórico.
Llegados a este punto, Gabito, te
quiero preguntar una última cosa, pero si no me la querés contestar no me la
contestés: ¿De veras plagiaste a Balzac? ¿O eran elucubraciones sin fundamento
de ese guatemalteco envidioso de Miguel Ángel Asturias? ¿Te acordás con la que
salió ese güevón? Que dizque vos sacaste a tu coronel Aureliano Buendía del
Baltazar Claës de La búsqueda del absoluto de Balzac, quien arruina a su mujer
tratando de fabricar oro pero en vez de oro sólo fabrica un diamante. ¡Cómo lo
ibas a plagiar si tu coronel Aureliano Buendía no fabrica diamantes sino
pescaditos de oro! El tono, claro, de las dos novelas, la tuya y la suya, se
parece mucho. Ustedes dos escriben como comadres chismosas, en prosa cocinera.
Pero eso está bien para el tema de ambos. Además, ¿quién te puede probar Gabito
que le robaste a Balzac el tono? Robarle un autor a otro el tono es como
robarle un hombre a otro el alma. Y si a ésas vamos, también a vos te lo robó
Salvador Allende. Ah no, fue su sobrina, ¿cómo es que se llama?
En fin, Gabito, para terminar
porque ando corrigiendo unas pruebas y muy apurado, una última inquietud, ahora
sobre el título de tu libro genial. ¿Por qué le pusiste «Cien años de soledad»
en vez de «Un siglo de ausencia» como el bolero? Yo hubiera preferido «un
siglo» ya que estás hablando en números redondos y que tuviste el acierto de
que no fueran ciento uno o noventa y nueve, lo cual es otra genialidad. ¿Cómo
se te ocurrió? Claro que «años» me suena mal. «Año» me suena a «caño», «coño».
Yo sería incapaz de poner la palabra «año» en el título de un libro mío. La eñe
es fea letra, hay que desterrarla del idioma. En cuanto a la soledad, mejor
cambiásela por «ausencia», pues en español «Soledad» también es nombre propio,
y así algún malpensado puede pensar que tus «Cien años de Soledad» son los cien
años que doña Soledad lleva sola: doña Soledad Acosta viuda de Samper, doña
Sola, doña Solita, ¡ay!
Gabito: No te preocupés que vos
estás por encima de toda crítica y honradez. Vos que todo lo sabés y lo ves y
lo olés no sos cualquier hijo de vecino: sos un narrador omnisciente como el
Todopoderoso, un verraco. Y tan original que cuanto hagás con materiales ajenos
te resulta propio. Vos sos como Martinete, un locutor de radio manguiancho de
mi niñez, que con ladrillos robados a la Curia se construyó en Medellín un
edificio de quince pisos propio. E hizo bien. Las cosas no son del dueño sino
del que las necesita. Además vos también estás por encima del concepto de
propiedad. Por eso te encanta Cuba y no lo ocultás. El realismo mágico es
mágico. ¡Qué mágica fórmula!
FERNANDO VALLEJO
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