Aurelio Arturo, Porfirio Barba Jacob, Luis Carlos López y
Luis Vidales. Hombres que dejaron honda huella en la poética colombiana,
trascendiendo las normas literarias y sociales establecidas en el tiempo y
espacio en los que les correspondió ejercer el oficio, no solamente de
escribir, sino, también, de vivir.
Siendo conscientes de los grandes cambios que traía el siglo
XX, incluyendo las distintas maneras de ver el mundo, cada uno de ellos buscó,
a su modo, hacer una ruptura con la abrumadora influencia hispánica y
conservadora en la literatura y en la sociedad de nuestro país.
Comencemos este recorrido con la obra de Aurelio Arturo,
aproximándonos en primera instancia a la actitud de cierta manera mística con
la que este poeta aprecia la naturaleza. Dicho aprecio y misticismo se pueden
notar en poemas como Lluvias, Rapsodia de
Saulo, Tambores y Morada al sur.
Podría decirse que en ellos la naturaleza, cuando no es el asunto principal, se
convierte en el lente a través del cual el autor explora la temática que le
inquieta y, también, en el modo en que le hace sentir al lector su profundidad.
Este deseo de captar, de absorber la naturaleza, se puede contemplar claramente
en Lluvias y en Tambores, en los que la casi total ausencia de puntuación –reducida
en Tambores a una coma en el tercer
verso y en Lluvias al punto final–
parece aludir a la fuidez y armonía sentidas por un apasionado espectador al
percibir la calma transmitida por el ambiente circundante. De esta manera, en
Aurelio Arturo la trascendencia consiste en su manera de guiar al lector a
apreciar con detalle la tierra que constituye su entorno.
Luis Carlos López y Luis Vidales, por su parte, llaman la
atención al coincidir en sus obras en el tratamiento de ciertos temas propios
de la tensión de la que fueron testigos en un momento histórico atravesado por
tantos conflictos sociales y políticos y por toda clase de regionalismos,
coincidencia lograda aún a pesar de proceder de lugares diferentes de la
geografía colombiana. En Muchachas
solteronas, de López y en Oración de
los bostezadores, de Vidales, podemos comprobar tales similitudes, así como
el estilo ácido en el que trabajaron. Comparemos, por ejemplo, los siguientes
versos. Dice el primero:
muchachas tan
inútiles y castas,
que hacen decir al
Diablo,
con los brazos en
cruz: – ¡Pobres
muchachas!...
Y luego Vidales:
Señor
Estamos cansados
de tus días (…)
Señor,
Nos aburren tus
auroras (…)
Es evidente aquí la crítica, elaborada en clave de sarcasmo
e ironía, a las costumbres religiosas que impedían virtualmente toda clase de
progreso y mantenían a la sociedad en un estado paquidérmico. Y la vigencia de
tales críticas no se agotó en la época en que vivieron sus autores, sino que se
extiende, a todas luces, a la actualidad.
Para terminar este breve panorama, algunas líneas sobre la
obra del andariego Porfirio barba Jacob. Decimos andariego porque, no obstante
ser antioqueño, terminó convirtiéndose en un ciudadano de Latinoamérica toda.
En efecto, en palabras de Germán Arciniegas, «Pensaba que sus actitudes
libérrimas y su moral sin freno no eran como para que Colombia las tolerara.
“Una bacante loca y un sátiro afrentoso- conjuntan en mi sangre su frenesí
amoroso”». Ciertamente, la Colombia de aquella época –y quizás aún la actual–
no estaba preparada para versos como los siguientes: «por las sensuales playas
de Lesbos fervorosa» y «Si fue con los mancebos el goce y la ufanía». Pertenecientes
a El rastro en la arena, plasma en
ellos Barba Jacob una sensación de erotismo que llena todo el poema, pues aun
cuando en el resto del mismo no haya una alusión directa al tema erótico, queda
de manifiesto el carácter etéreo de la sensualidad.
En momentos en que se celebra nuestra lengua, qué bueno es
recordar que también aquí tenemos grandes poetas, autores que han dejado huella
en las letras hispanoamericanas. Lo grande no está solamente al otro lado del
Atlántico ni solamente en otros idiomas; podemos encontrar joyas, y no pocas,
aquí mismo y en nuestra propia lengua.
DANIEL JIMENEZ C.
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